La visita a Düsseldorf
Una de las primeras cosas que hice al llegar a este país, fue visitar la que podríamos considerar la ciudad más importante de la zona, Dusseldorf, acompañado por mi compañero de trabajo Demetrio y su novia Magda. Los tres éramos nuevos en el lugar, así que todo nos resultó igual de interesante. La zona escogida fue el centro, situado a orillas del rio Rin.
Por fortuna el día que hacía era realmente estupendo, y digo por fortuna ya que como comprobaría más adelante, días como ese se disfrutan pocas veces por esta zona del mundo. Este buen clima además propició que la animación y el ambiente que encontramos fuera realmente bueno, ya que los alemanes, cuando el sol asoma, salen de sus escondites como setas e intentan disfrutar el mayor tiempo posible de sus virtudes.
Aquel día realmente nos pudimos sentir como si todavía estuviéramos en España en cuanto a bullicio y animación se refiere: calles a revosar de gente, bares llenos hasta la bandera, música en directo, multitud de personas practicando todo tipo de deportes al aire libre, etc. Otra cosa que nos ayudó a no sentirnos como guiris fuera de lugar, fue el hecho de la diversidad multiracial que abunda en esta ciudad, que posee habitantes de casi todos los lugares imaginables de la tierra, así que realmente nadie podría asegurar por nuestro aspecto que no lleváramos años viviendo allí, salvo quizás por nuestro afán en hacer fotografías de casi todo lo que pudiera parecer mínimamente interesante.
Después de disfrutar un buen rato del ambiente, calles y personalidad del lugar, nos alejamos un poco del río para buscar un buen lugar para comer. De nuevo la diversidad predominaba, pudiendo encontrar todo tipo de restaurantes de casi todas las nacionalidades: japonés, chino, egipcio, indio, italiano y por supuesto «Español», y lo pongo entre comillas porque una cosa es que diga que es un restaurante español y otra bien distinta que realmente pongan comida española, así que hasta que no lo pruebe no le quitaré las comillas de la desconfianza. Finalmente, el elegido no fue ni uno ni otro, sino un restaurante tradicional que no presumía de ser de ningún país exótico cualquiera y de nuevo pudimos comprobar que los precios son equivalentes a los españoles, a pesar de encontrarnos en una zona realmente turística.
Tras reponer fuerzas comiendo, de nuevo nos dirigimos a las orillas del Rin para proseguir nuestro paseo y disfrutar de la ciudad, llegando hasta el famoso Dusseldorf-Haffen, una zona antiguamente portuaria, que ahora se ha convertido en uno de los emblemas de modernidad y desarrollo de la ciudad y sobre la que hablaré más extensamente en otro post.
Finalmente, tras disfrutar de varias horas de paseo, volvimos a casa satisfechos por la visita y con ganas de volver pronto a esta maravillosa ciudad.